domingo, 24 de junio de 2007

RELATOS CORTOS

EL DESCANSO




Todas las tardes de verano sacaba una silla al portal de la calle, se sentaba y rutinariamente veía pasar a las mismas personas por delante de ella. Ya la saludaban automáticamente, estaban acostumbradas a verla allí todos los días cuando el sol se iba. Como una “buena” mujer de su casa, había estado todo el día trabajando sin parar, las casas de estos pueblos se ensuciaban continuamente, el corral que tenían en la parte trasera con cerdos, patos y gallinas no daban sólo carne y huevos, también mucho trabajo. Por eso ella cuando pensaba que ya no podía más con su alma cogía una silla del comedor, abría el portalón ya desvencijado que daba salida a la calle, la soltaba con coraje y se sentaba.
Faltaban pocos días para que terminara el verano y ya se notaba en la afluencia de gente, muchos veraneantes se habían ido y sólo quedaban los de fin de semana, y eso la apenaba un poco. Cuando llegara el otoño ya no podría sentarse ante el portalón, la oscuridad de la tarde ya se iba haciendo patente, y su marido y sus hijos llegarían antes del trabajo en el campo para cenar, por lo tanto no le daría tiempo a descansar.
Para ella la primavera y el verano habían sido siempre un aliado, las distracciones que le procuraba el día contrastaba con la soledad del otoño y el invierno. En verano solía ir algunas tardes a ver a su hermana, que aunque vivía un poco lejos, la obligaba a dar un buen paseo para fortalecer sus piernas ya un poco cansadas de tantos años y tantas horas de permanecer de pie trabajando; pero cuando llegaba el otoño, la oscuridad y las lluvias la reprimían a la hora de ponerse a andar, su hermana muy de vez en cuando le devolvía las visitas, como tenía una familia mucho más numerosa sus quehaceres no le dejaban hueco en el día. De esta manera eran muchas las horas que permanecía dentro de casa, pendiente de satisfacer los deseos de todos sus seres queridos. A veces su marido o sus hijos se acercaban, le daban un beso, y susurrándole al oído le hacían nuevos encargos. En ese instante le venían a la mente recuerdos de cuando era una chiquilla y tenía tiempo de recorrer la playa de una punta a otra todos los días. Fue un día en pleno otoño cuando realmente se dio cuenta, que apenas existía.
Su marido y sus hijos llegaban del trabajo, cuando vieron que la cena y la casa no estaba terminada como era de costumbre, le preguntaron a ella el motivo y contestó que no se había encontrado bien durante todo el día, su hijo le hizo una pregunta a la que sus hermanos y padre asintieron conforme: ¿Pero tardarás mucho en ponerte bien, para hacer la cena?_ y esperando la respuesta de la buena mujer se sentaron a la mesa.
La buena mujer comprendió que ella también se estaba deshojando, y que su marido y sus hijos no iban a hacer nada por impedirlo, así que decidió que a partir de entonces “su otoño” iba a dejar de ser triste, ya no ansiaría tanto el buen verano, conseguiría que su familia comprendiera que ella no podía morir cada verano para volver a resucitar en primavera. Así que cogió “la silla”, abrió el portalón y dejando a todos con la boca abierta y sin decir una palabra se sentó.
La mujer sonreía mientras observaba cómo, a pesar de ser otoño, la gente seguía paseando por delante de su puerta y la saludaba; creía que todo el mundo hacía como ella, encerrarse los días de temprana oscuridad para seguir trabajando, ahora se daba cuenta que no era así, los árboles aunque no tenían hojas seguían creciendo y el cielo sin el sol se veía igual de bello. Ella este otoño no moriría.


 
Carmen Franco (Miembro de Campus-Crea)